LAS DIEZ
DECLARACIONES DIVINAS
Un Análisis Espiritual, Literal y Profético del Pacto Eterno de Dios
Introducción
Las conocidas “Diez Palabras” o “Diez Mandamientos” que Dios proclamó en el
monte Sinaí no son simplemente una lista de prohibiciones morales. Son
declaraciones fundamentales que expresan su carácter, sus expectativas y su
deseo de una relación con un pueblo santo. Este folleto ofrece un estudio
profundo de cada una de estas declaraciones, explorando su sentido literal, su
interpretación espiritual, y su relevancia profética para nuestros tiempos.
DECLARACIÓN 1: “Yo soy YHVH tu Dios que
te saqué de la tierra de Egipto…”
Esta
declaración establece el fundamento del pacto: Dios es el libertador. En su
sentido espiritual, Egipto representa la esclavitud del pecado, y Faraón a
Satanás. El Cordero de Dios (Jesucristo) nos libera por medio de su sacrificio.
Esta afirmación divina exige fidelidad exclusiva.
DECLARACIÓN 2: “No te harás imagen ni
ninguna semejanza…”
Este
mandamiento prohíbe crear representaciones visibles de Dios. No se trata de que
Dios no tenga forma, sino que no debe representarse con medios materiales o
imaginación humana. La Biblia revela que Dios es una familia compuesta
actualmente por dos seres: el Padre (el “Anciano de Días”) y el Hijo (el
“Vocero”). Ambos poseen cuerpos gloriosos, inmortales, hechos de energía
divina. Nos crearon a su imagen y semejanza, con estructura corporal similar
(rostro, brazos, piernas), pero hechos del polvo de la tierra y en condición
mortal.
Por tanto, aunque
fuimos hechos a imagen y semejanza de Dios, eso no nos autoriza a fabricar una
imagen de él, porque cualquier intento humano sería una distorsión de su
gloria. Además, el Espíritu Santo no es una persona, sino la energía divina que
fluye de Dios. Los judíos, al negar la corporalidad gloriosa de Dios y
considerar a Dios como incorpóreo, están describiendo en realidad la naturaleza
del Espíritu Santo, no del Padre ni del Hijo. Dios es uno en unidad familiar,
como lo expresa el Shema:
שׁמע ישׂראל יהוה אלהינו יהוה אחד׃
“Escucha Israel: YHVH nuestro Dios, YHVH uno es”.
La palabra “uno” (ejád)
expresa unidad compuesta, como en una familia. No se refiere a una trinidad,
sino a una familia divina con varios miembros.
DECLARACIÓN 3: “No tomarás el nombre de
YHVH en vano…”
El mandamiento
se refiere al uso vano, falso o vacío del nombre divino. La costumbre de
sustituir YHVH por “Adonai” nace de un temor mal dirigido. El nombre representa
su existencia eterna: “Seré el que Seré”. Llevar su nombre implica reflejar su
carácter.
DECLARACIÓN 4: “Acuérdate del día de
reposo para santificarlo…”
El Shabat es
una señal visible del pacto. Simbólicamente, es una marca en la mano (no
trabajar) y en la frente (comprensión). En contraste, la observancia del
domingo puede interpretarse como la marca de la bestia en la frente y la mano,
por alterar el día señalado por Dios.
DECLARACIÓN 5: “Honra a tu padre y a tu
madre…”
Esta ley exige
un honor práctico: sustento, cuidado, valoración. En su dimensión espiritual,
el Padre es Dios y la Madre es la congregación que nutre y protege. La honra se
traduce en apoyo, fidelidad y participación activa. El “corbán” mal
interpretado invalidaba este mandato.
DECLARACIÓN 6: “No asesinarás”
El verbo hebreo
implica asesinato premeditado. Dios diferenció entre homicidio intencional y
accidental mediante las ciudades de refugio. El aborto es considerado
derramamiento de sangre inocente, como lo refleja una lectura literal de
Génesis 9:6.
DECLARACIÓN 7: “No cometerás adulterio”
El adulterio
destruye el reflejo terrenal de la Familia de Dios. Según Levítico 20:10, el
adulterio acarrea consecuencias graves, incluso espiritualmente, por tratarse
de un quebranto de pacto.
DECLARACIÓN
8: “No robarás”
Robar incluye
el fraude al asalariado, al pobre, a la viuda y al huérfano. Malaquías denuncia
a los sacerdotes que se apoderaban de los diezmos. La ley levítica instruía que
el diezmo se recogiera cada tres años y fuera compartido, no acumulado por
líderes religiosos.
DECLARACIÓN 9: “No darás falso
testimonio contra tu prójimo”
La justicia
depende de la verdad. Este mandamiento no solo condena la mentira legal, sino
también la mentira religiosa y doctrinal. Falsificar el mensaje divino es una
forma grave de testimonio falso.
DECLARACIÓN 10: “No codiciarás…”
La codicia es
la raíz de los pecados anteriores. Este mandamiento revela que la ley de Dios
también se aplica al corazón y a las intenciones, no solo a las acciones. El
contentamiento es una virtud clave.
Conclusión
Estas diez declaraciones no son solo reglas, sino revelaciones del carácter
de Dios. Cada una se proyecta hacia dimensiones sociales, espirituales y
proféticas. Fueron escritas en tablas dobles, posiblemente con el texto
completo en ambas, siguiendo la costumbre de tratados antiguos. Su enseñanza
sigue vigente, no como letra muerta, sino como ley viva escrita en el corazón
del creyente por el Espíritu de Dios.
Epílogo:
Sobre la Imagen, la Familia Divina y la Naturaleza de Dios
El segundo mandamiento
ha sido tradicionalmente malinterpretado. Algunos lo usan para afirmar que Dios
es completamente incorpóreo. Sin embargo, la Escritura revela que Dios —el
Padre y el Hijo— tiene cuerpo glorioso, compuesto de energía espiritual
autosuficiente. Nosotros fuimos hechos a su imagen y semejanza, lo que implica
una estructura corporal (rostro, brazos, piernas) y, más profundamente, una
esencia espiritual. No somos autorizados a representar a Dios visualmente porque
su gloria no puede reducirse a materia. No es porque Él carezca de forma, sino
porque ninguna forma humana puede representarlo fielmente.
Los judíos rabínicos, al negar la corporalidad
gloriosa de Dios, terminan negando también la doctrina de la imagen y
semejanza, así como la encarnación del Verbo. Los teólogos trinitarios, por su
parte, han promovido imágenes del Cristo humano, que no reflejan al Cristo
glorificado y pueden inducir una adoración desviada.
Dios no es una trinidad, sino una Familia. El Shemá
(Deut. 6:4) dice claramente: שמע ישראל יהוה אלהינו יהוה אחד׃
“Escucha, Israel: YHVH nuestro Dios, YHVH uno es”.
La palabra “ejad” expresa unidad compuesta, como en
“una carne” (Gén. 2:24). Así como una familia es una sola, aunque formada por
varios miembros, así también es Dios: un solo Dios-Familia compuesto
actualmente por el Padre y el Hijo. Y nosotros, por medio del Espíritu que
emana de ellos, somos llamados a ser parte de esa misma Familia Eterna.
Este entendimiento restaura el propósito original
del ser humano: nacer en la Familia de Dios, reflejar su imagen y ser guiado
por su Espíritu —no por tradiciones humanas, sino por revelación divina.
Apéndice:
Los Mandamientos en el Sistema Judicial Moderno — Una Acusación Profética
A pesar de que muchas
naciones occidentales se autodenominan “cristianas” y sus sistemas judiciales
aún conservan símbolos religiosos, como la práctica de jurar sobre la Biblia,
en realidad violan flagrantemente los principios contenidos en los mandamientos
del pacto divino.
������ Violación del
Tercer Mandamiento: “No tomarás el nombre de YHVH en vano”
En los tribunales, es común pedir a los testigos
que juren “por Dios” o “sobre la Biblia”. Esta costumbre, aunque pretende
invocar solemnidad, es una forma grave de tomar el nombre de Dios en vano,
especialmente cuando: - Se usa de manera ritual sin reverencia. - Se obliga a
personas a invocar a Dios sin temor ni fe. - El nombre de Dios es asociado a
testimonios que podrían ser falsos o manipulados.
Jesucristo fue
claro: “No juréis en ninguna manera… sea vuestro hablar sí, sí; no, no.”
(Mateo 5:34–37). El uso del nombre de Dios como fórmula judicial vacía es una
profanación.
⚖️ Violación del Noveno Mandamiento: “No
darás falso testimonio”
Muchos juicios modernos dependen del testimonio de
una sola persona sin evidencia sólida. En algunos casos, testigos falsos han
condenado a inocentes sin justicia.
En contraste,
la Ley de Dios exige: - Que todo asunto se establezca por boca de dos o tres
testigos (Deut. 19:15). - Que el testigo falso reciba el castigo que deseaba
para el otro (Deut. 19:16–21).
El sistema
actual, al no poder garantizar la veracidad de los testimonios, expone a
inocentes al error judicial y convierte la sala del juicio en un lugar donde se
viola sistemáticamente la ley divina.
������ Un sistema que
ignora la justicia de Dios
Aunque se usan elementos religiosos, como el
juramento bíblico, el sistema judicial moderno está fundamentado en leyes
humanas que no reflejan el carácter ni la justicia de Dios. No se busca la
restauración ni la verdad espiritual, sino solo la sanción legal, muchas veces
influenciada por intereses económicos o políticos.
������ Ezequiel 18:
¿Justicia restauradora o persecución retroactiva?
El capítulo 18 de Ezequiel afirma que Dios juzga al
individuo por su conducta presente, no por su pasado si éste ha cambiado. En
palabras del propio Eterno:
“Mas el impío,
si se apartare de todos sus pecados que hizo… de cierto vivirá; no morirá.” (Ez. 18:21)
“¿Quiero yo la
muerte del impío?… ¿No vivirá, si se apartare de sus caminos?” (Ez. 18:23)
“Y apartándose
el impío de su impiedad que hizo, y haciendo según el derecho y la justicia,
hará vivir su alma.” (Ez. 18:27)
Dios enseña que una persona puede cambiar, y si se
arrepiente sinceramente y obra justicia, sus pecados pasados no deben ser
recordados ni usados en su contra.
Sin embargo, el
sistema legal moderno viola esta enseñanza al: - Resucitar acusaciones antiguas
sin evidencia clara ni verificable. - Condenar por “culpabilidad por
asociación” (por estar presente o relacionado con criminales, sin pruebas de
participación). - Convertir la justicia en instrumento de venganza política o
mediática.
Esto es lo que
se ha convertido en una nueva forma de “cacería de brujas”. En vez de buscar la
redención y restauración, el sistema busca el escándalo, la destrucción pública
y la condena sin misericordia.
������
Conclusión
El uso del nombre de
Dios en los tribunales modernos y la aceptación de testimonios no verificados
constituye una doble transgresión del pacto. Lejos de honrar a Dios, estos
sistemas lo deshonran, y muestran cuán lejos está el mundo “cristiano” del
modelo de justicia establecido por el Altísimo en el Sinaí.
Este apéndice llama a reflexionar sobre la
necesidad de restaurar una justicia basada en verdad, reverencia,
arrepentimiento y restitución, conforme al corazón de Dios y no al modelo
corrupto del mundo.
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