Antes de Cristo: La
Tolerancia al Divorcio y la Inmadurez Espiritual
Antes
de la venida del Verbo hecho carne, la humanidad no tenía revelación
plena de quién era Dios, ni del propósito trascendente del matrimonio.
El Antiguo Testamento contenía mandamientos y normas, pero no podía
implantar el carácter de Dios dentro del ser humano, porque el
Espíritu Santo aún no había sido dado para habitar en las personas
(Juan 7:39).
Por
eso, Dios permitió ciertas cosas que no reflejaban Su ideal
eterno, como el divorcio con carta de repudio. Jesús mismo lo
explicó:
“Por la dureza de vuestro corazón Moisés os
permitió repudiar a vuestras mujeres; pero al principio no fue así.”
(Mateo 19:8)
La “dureza
de corazón” (σκληροκαρδία – sklērkardía en griego) refleja una
humanidad caída, carnal, egoísta y sin la capacidad espiritual para mantener
una unión de por vida. En otras palabras, Dios toleró el divorcio como
una concesión temporal en una época donde el hombre no podía
aún comprender ni sostener la imagen divina que el matrimonio representa.
Con la Venida del Verbo:
La Revelación del Verdadero Propósito
Cuando
Jesucristo vino al mundo, trajo la revelación plena
del Padre (Juan 1:18) y la restauración del propósito original:
formar una familia divina a Su imagen, con hijos nacidos no de
carne, sino del Espíritu (Juan 3:6).
Jesús
no sólo explicó el verdadero sentido del matrimonio, sino que lo restauró
como símbolo espiritual. Por eso dice:
“El que repudia a su mujer y se casa con otra,
adultera” (Mateo 19:9)
“Lo que Dios juntó, no lo separe el hombre.”
(Mateo 19:6)
Jesús
enseñó que el matrimonio es permanente, no sólo porque es un
compromiso, sino porque refleja la unidad eterna de Dios y Su
amor inquebrantable por Su pueblo.
Ahora, en Cristo: El
Espíritu Santo da el poder para amar fielmente
La
diferencia fundamental está aquí: ahora, como cristianos, hemos
recibido el Espíritu de Dios.
El
Espíritu Santo no sólo es energía o poder, sino que nos da el carácter
de Dios. El fruto del Espíritu (Gálatas 5:22-23) incluye todo lo
necesario para mantener un matrimonio fiel, amoroso y duradero:
·
Amor
(ἀγάπη –
agápē): un amor que
no busca lo suyo
·
Paciencia: para soportar debilidades
·
Benignidad
y bondad: para
tratar al cónyuge como un tesoro
·
Fidelidad: para cumplir el pacto, como Dios lo
cumple
Ahora sí
es posible ser verdaderamente “una sola carne”, no sólo en cuerpo,
sino también en alma y espíritu, porque el Espíritu de Dios habita en
nosotros.
El Matrimonio: Reflejo
Viviente de la Familia de Dios
Hoy
entendemos que el matrimonio no es sólo una conveniencia humana,
sino una representación viva de la Familia de Dios en expansión.
·
El
esposo representa al Hijo, que ama, guía y se entrega.
·
La
esposa representa a la Iglesia, que respeta, ama y responde.
·
Ambos
representan la unidad que existe entre el Padre y el Hijo.
“Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo
amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella.”
(Efesios 5:25)
Cuando
comprendemos esto, el matrimonio deja de ser una relación entre dos
seres humanos limitados, y se convierte en una escuela divina de amor,
sacrificio, perdón y fidelidad, destinada a formar hijos espirituales
con el carácter de Dios.
Conclusión
Antes
de Cristo, el matrimonio era visto en términos humanos, legales, muchas veces
patriarcales o funcionales. Pero ahora, a la luz del Evangelio y con el
Espíritu Santo en nosotros, el matrimonio se revela como una
manifestación terrenal del propósito eterno de Dios: formar una familia
espiritual, santa y unida.
Dios
ya no tolera el divorcio como antes, porque nos ha dado lo necesario
para vivir su amor en carne y hueso.
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