El mensaje del evangelio que Jesús de Nazaret y sus apóstoles predicaron no fue simplemente acerca de "ir al cielo al morir", como muchas veces se presenta en las tradiciones religiosas posteriores. Su predicación se centraba en el anuncio de un Reino futuro, el Reino de Dios, que habría de establecerse en la tierra, y la transformación espiritual necesaria para entrar en él.
1. El mensaje central de Jesús
Desde el principio de su ministerio, Jesús proclamó:
"El tiempo se ha cumplido, y el Reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio." (Marcos 1:15)
Jesús hablaba de un reino literal que vendría al final de los tiempos, y no de una ubicación celestial donde las almas flotan tras la muerte. Enseñó a orar: "Venga tu Reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra" (Mateo 6:10).
Este Reino tendría un Rey (Jesucristo), un territorio (la tierra renovada), y unos ciudadanos (los hijos de Dios transformados). Pero para participar en él, Jesús reveló que era necesario un nuevo nacimiento.
2. El nuevo nacimiento: nacer del Espíritu
En Juan 3:3-8, Jesús le explica a Nicodemo:
"De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el Reino de Dios... El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios." (Juan 3:3,5)
Jesús introduce aquí la idea de una transformación espiritual, no simplemente una mejora moral. Dice que para ver y entrar en el Reino, uno debe nacer de nuevo (gennēthē anōen), es decir, ser engendrado de lo alto. Esta expresión puede referirse tanto a "nacer de nuevo" como a "ser engendrado desde lo alto", y el contexto lo confirma.
"Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es." (Juan 3:6)
Este nacimiento espiritual inicia cuando el Espíritu de Dios se une al espíritu humano, engendrando una nueva naturaleza dentro del creyente. Sin embargo, este es solo el comienzo del proceso.
3. El proceso del nuevo nacimiento según Pedro y Santiago
1 Pedro 1:23
"siendo reengendrados, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre."
En griego, la palabra usada es anagegennēmenoi (renacidos o reengendrados), que proviene de anagennaō (de nuevo + engendrar). Es decir, Pedro no está hablando de un nacimiento completo, sino de un engendramiento espiritual que da inicio a una nueva vida.
Este engendramiento es por una simiente incorruptible (el Espíritu), en contraste con la simiente corruptible (el esperma humano en el nacimiento físico).
Santiago 1:18
"Él, de su voluntad, nos engendró por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas."
Santiago emplea el término griego apekuesen, que implica el acto de engendrar o dar a luz. Nuevamente, el contexto muestra que es el inicio de una nueva vida espiritual, no su culminación.
4. El nacimiento glorioso: la resurrección
Este proceso culmina en la transformación del cuerpo en la resurrección:
"Y así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente; el último Adán, espíritu vivificante... Y como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial." (1 Corintios 15:45,49)
"esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo." (Romanos 8:23)
"porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad." (1 Corintios 15:53)
En ese momento, los que han sido engendrados del Espíritu nacen verdaderamente en la Familia de Dios. Ya no serán humanos con una naturaleza carnal, sino seres espirituales con cuerpos glorificados e inmortales, como el viento que no se ve pero se siente (Juan 3:8).
5. Hijos de Dios: miembros de Su Familia
Cuando esto ocurra, Dios será verdaderamente nuestro Padre, no solo en sentido figurado, sino en realidad espiritual. Y Jesucristo será nuestro hermano mayor (Hebreos 2:11; Romanos 8:29).
"El mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo..." (Romanos 8:16-17)
Conclusión:
El evangelio predicado por Jesús y los apóstoles es el anuncio de un Reino real y futuro en el que los seres humanos podrán entrar solo si son transformados espiritualmente, primero por el engendramiento del Espíritu Santo y finalmente por el nacimiento glorioso en la resurrección. No es un mensaje de ir a un cielo etéreo, sino de ser parte de la Familia de Dios como hijos inmortales en un Reino que vendrá a la tierra y que nunca será destruido (Daniel 2:44).
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