El Diezmo y las Ofrendas
según la Biblia: Un Enfoque Apostólico
Introducción
El
tema del diezmo y las ofrendas ha sido motivo de debate y controversia dentro
del cristianismo moderno. Muchas iglesias enseñan el diezmo como una obligación
financiera del creyente, generalmente interpretado como entregar el 10% de los
ingresos a la institución religiosa. Sin embargo, cuando examinamos
cuidadosamente las Escrituras, observamos que el diezmo en la Ley de Moisés no
era un impuesto uniforme, ni siempre tenía como destino el templo ni a los
sacerdotes. Existían diferentes tipos de diezmos con propósitos específicos, y
además, Jesucristo mismo corrigió el mal uso de las ofrendas cuando éstas
desplazaban responsabilidades más importantes, como el cuidado de los padres.
Este artículo explora lo que
enseña la Biblia sobre el diezmo y las ofrendas, especialmente desde la
perspectiva de la Iglesia Apostólica, que sigue las enseñanzas originales de
Cristo y los apóstoles.
1. El Diezmo Levítico
(cada tres años)
El
primer tipo de diezmo mencionado en la Ley es el diezmo trienal,
también conocido como “el diezmo para los pobres”. Según el libro de Deuteronomio,
este diezmo se recogía cada tres años y se almacenaba en
las ciudades, no en el templo:
“Al cabo de tres años sacarás todo el
diezmo de tus productos de aquel año y lo almacenarás en tus ciudades. Vendrá
el levita, que no tiene parte ni heredad contigo, el extranjero, el huérfano y
la viuda que haya en tus poblaciones, y comerán y se saciarán, para que Jehová
tu Dios te bendiga en toda obra que emprendas” (Deuteronomio 14:28-29).
Este
diezmo no era entregado directamente a los sacerdotes, sino a
los levitas, quienes se encargaban de administrarlo y
repartirlo entre ellos mismos, los extranjeros, los huérfanos y las viudas. Los
levitas, por su parte, entregaban el diezmo del diezmo a los sacerdotes
(Números 18:26-28). Este modelo muestra que el propósito central era el sostenimiento
social y comunitario, no el enriquecimiento religioso.
2. El Diezmo Festivo
(anual)
Otro
diezmo, también establecido por la Ley, era un diezmo anual
que tenía un propósito completamente distinto: permitir que cada israelita
participara con gozo en las fiestas solemnes de Dios, especialmente la Fiesta
de los Tabernáculos:
“Indefectiblemente diezmarás todo el
producto del grano que rinda tu campo cada año. Y comerás delante de Jehová tu
Dios en el lugar que él escoja... el diezmo de tu grano, de tu vino, de tu
aceite, y las primicias de tus manadas y tus ganados, para que aprendas a temer
a Jehová tu Dios todos los días” (Deuteronomio 14:22-23).
Este
diezmo no se daba a los levitas ni al templo, sino que era para
el mismo israelita y su familia, para celebrar y alegrarse delante de
Dios. Si el lugar de la celebración estaba lejos, se permitía convertir el
diezmo en dinero y comprar lo necesario:
“Y gastarás el dinero en todo lo que
deseas: vacas, ovejas, vino o sidra, o cualquier cosa que tú desees; y comerás
allí delante de Jehová tu Dios, y te alegrarás tú y tu familia” (Deuteronomio 14:26).
Este
mandato refleja el deseo de Dios de que su pueblo celebre con gratitud y
alegría, en familia, y en comunión con Él.
3. Jesucristo y las
Prioridades de la Ley
Cuando
Jesús estuvo en la tierra, confrontó con fuerza la hipocresía religiosa. Una de
sus enseñanzas más claras tiene que ver con el quinto mandamiento:
“Honra a tu padre y a tu madre”. Él denunció cómo los fariseos
permitían a los hijos evadir esta responsabilidad bajo un pretexto religioso:
“¿Por qué quebrantáis vosotros el
mandamiento de Dios por vuestra tradición? Porque Dios mandó diciendo: Honra a
tu padre y a tu madre… Pero vosotros decís: Cualquiera que diga a su padre o a
su madre: Es mi ofrenda a Dios todo aquello con que pudiera ayudarte, ya no ha
de honrar a su padre o a su madre. Así habéis invalidado el mandamiento de Dios
por vuestra tradición”
(Mateo 15:3-6).
Según
el texto paralelo en Marcos 7:9-13, esta costumbre se llamaba corbán
(ofrenda). Jesús declara que quienes actuaban así cometían pecado, porque dar
al templo no podía justificar el descuido de los padres.
Además,
Jesús recordó que “el que maldice a su padre o madre debe morir” (Éxodo 21:17),
y explicó que este maldecir incluía el menosprecio: es decir,
cuando alguien daba a sus padres una cantidad muy inferior a la
necesaria, los estaba deshonrando y despreciando.
4. La Iglesia Apostólica
y las Ofrendas
En el
Nuevo Testamento, después de la resurrección de Cristo, el sistema
levítico fue reemplazado por un nuevo pacto espiritual. No se
encuentra en ninguna parte del Nuevo Testamento un mandato apostólico de
imponer un diezmo obligatorio.
En
cambio, la comunidad de creyentes compartía con generosidad y voluntariedad.
Las ofrendas eran usadas para ayudar a los pobres, viudas y necesitados:
“Y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo
repartían a todos según la necesidad de cada uno” (Hechos 2:45).
“No había entre ellos ningún necesitado...” (Hechos 4:34-35).
Pablo
enseñó que cada uno debe dar según lo que propuso en su corazón,
no por obligación ni bajo presión:
“Cada uno dé como propuso en su corazón: no con
tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre” (2 Corintios 9:7).
Y también reafirmó la prioridad
de cuidar de la familia:
“Si alguno no provee para los suyos, y mayormente
para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo” (1 Timoteo 5:8).
“Si algún creyente o creyente tiene viudas, que las mantenga, y no sea
grabada la iglesia” (1 Timoteo 5:16).
Así,
vemos que el espíritu del evangelio promueve la responsabilidad
familiar, la generosidad voluntaria y el cuidado del prójimo, no el
cumplimiento ritualista de porcentajes.
Conclusión
El
diezmo, según la Ley de Moisés, no era un solo concepto, sino un sistema amplio
que incluía ayuda a los pobres, celebración familiar y sostenimiento
sacerdotal. En el tiempo de Jesús y los apóstoles, este sistema fue
transformado por una enseñanza centrada en el amor, la justicia, la
familia y la compasión.
Jesucristo
dejó claro que honrar a los padres está por encima de
cualquier tipo de ofrenda. Y la Iglesia Apostólica original no impuso el
diezmo, sino que practicó la generosidad responsable, dando prioridad a los
necesitados y a las familias.
Por
tanto, si queremos volver al ejemplo de Cristo y de los apóstoles, debemos
reexaminar con humildad cómo usamos los recursos, qué enseñamos sobre las
ofrendas, y a quién estamos ayudando con ellas. El verdadero sacrificio que
agrada a Dios es el amor puesto en acción.
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